viernes, 16 de junio de 2017

¿Paciencia?



Este asunto de la quita de las pensiones a las personas con discapacidad (que ahora parece que, como dicen los mexicanos, “siempre no”, pero –como pregonan los macrianos- “si pasa, pasa”), me hizo recordar a un personaje que conocí “bajo bandera” allá por Punta Indio, año 1982. Este conscripto era muy menudo y, aunque casi enclenque en cuanto a musculatura, estaba lleno de determinación, astucia y energía. Como tantos otros colimbas, fingía una discapacidad para zafar de la milicia. Sólo que él se llamaba Paciencia.

Como en los microcosmos jerárquicos, arbitrarios y violentos, los denigrados reclutas rápidamente denigraban a su vez a aquellos que estaban apenas un escaloncito por debajo de su posición. Esto ocurría masivamente, como cuando los porteños -alentados por los suboficiales- gastaban a los puntanos, y se daba con una saña que hoy llamaríamos “bullying” en casos de particular indefensión. Como parte del ritual injuriante, casi todos le tocaban la pelada al pequeño Paciencia mientras le decían: “Ya vas a crecer, tené paciencia”.  

El hecho era doblemente ofensivo porque se suponía que Paciencia era sordo, y no podía reaccionar ante un agravio que “no escuchaba”. Además, milicos de todos los rangos (incluyendo al personal médico) le habían tendido celadas que iban del susurro al grito más sacado y gutural, pero Paciencia se mantenía firme en su personaje. Casi estaba al borde de la ansiada “baja”.

Pero un día lo traicionó el hambre. Habíamos terminado de comer, y estábamos echados como a unos 200 metros de la cocina. De pronto, espumadera en mano, sale de allí uno de los cocineros y avisa que quien así lo quisiera podía repetir el plato. Mientras muchos se preguntaban unos a otros qué había dicho el gordo de delantal blanco, Paciencia ya estaba con sus cacharros haciendo la fila para volver a almorzar. Ganó el pan y perdió la baja.

Porque Paciencia no era chiquito porque sí: toda su estructura física delataba una historia de necesidades que se remontaba a sus ancestros. Del mismo modo, su capacidad de aguante ante las ofensas era un síntoma claro de aquellas resistencias que se ejercitan en la adversidad y se incorporan al carácter cuando todo es desamparo, sin cobijos ni derechos. Así las cosas, hasta el apellido “Paciencia” parece una declaración de obligadas renuncias.

Entonces, retomando lo del inicio, ¿cuántos “casos Paciencia” creen los funcionarios macrianos que se camuflan entre las personas con discapacidad que reciben pensiones de parte del Estado? Y aún suponiendo que fueran unas cuantas decenas: ¿no perciben que hay un universo de necesidades desatendidas, de sujetos que todavía no alcanzaron sus derechos? ¿Y no creen que ya está bueno de jugar al diálogo y, al mismo tiempo, hacerse pasar por sordos? ¿Cuánto más creen que pueden seguir reproduciendo este modelo arbitrario y sumamente violento, donde los denigrados se bancan sin chistar los oprobios? Y, sobre todo, ¿no se dan cuenta que se agota la paciencia?

Por Carlos Semorile.

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