sábado, 10 de diciembre de 2016

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE (Sepan disculpar las involuntarias omisiones…)



De un año a esta parte, la única certeza que tenemos las argentinas y argentinos es que cada día nos espera una nueva calamidad. Todo comenzó del mismo modo en que iba a continuar y aún continúa: con un atropello constitucional para impedir que se produjese el normal traspaso del mando de Cristina a Macri. Casi de inmediato, el gobierno de los Ceos intervino la AFSCA, y se dedicó a pulverizar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual para impedir cualquier crítica con las medidas que estaban a punto de tomarse, e inclusive disciplinar aquellas voces que tímidamente se atrevieran al disenso. Por esos días, y también en flagrante violación a las leyes, se pretendió hacer entrar por la ventana a dos nuevos miembros de la Corte Suprema de Justicia. Luego, estos mismos paracaidistas lograrían sus pliegos merced a la Cámara de Senadores convertida en corte de los milagros.

Otras de las urgencias del staff empresarial que nos desgobierna fue liberar el tipo de cambio, y en un abrir y cerrar de ojos el dólar alcanzó el mismo valor que tenía en las cuevas desde las que siempre se produjeron corridas cambiarias de tipo destituyente, cuando no directamente golpista. Como cualquiera podría haber previsto, un dólar a casi 15 pesos trajo consecuencias inmediatas en el precio de alimentos básicos de la canasta familiar (recuérdese el aumento del pan y el aceite), y afectando la capacidad de consumo de las familias argentinas. Al unísono, derogaron el mal llamado “cepo cambiario”, y anunciaron que desde ese momento cualquier ciudadano podía comprar tres millones de dólares mensuales. Y ese tipo de cinismo (aumentar la carne y hablar de la libre disponibilidad de divisas) sería su única coherencia conocida.

También corrieron, con presuroso afán, detrás de las demandas de los fondos buitres, contradiciendo todos los manuales del buen negociador (así se trate de una permuta de trigo por gallinas), y al mismo tiempo se interesaron en denominar como “holdouts” a nuestros esquilmadores. Y, en la misma línea de cumplir con los compromisos realmente asumidos ante sus mandantes, no dejaron pasar casi nada de tiempo antes de suprimir las retenciones a la minería y a la producción agropecuaria, especialmente a la soja. El verdadero agujero negro que semejantes medidas le producían a las arcas públicas, comenzó a ser saldado con toma de deuda a un ritmo escandaloso, superando incluso las insultantes cifras que la Dictadura Militar-Empresarial descargó sobre las espaldas del pueblo argentino. Y ello con el acuerdo de quienes, desde el Parlamento, traicionan no ya a un partido o una líder, sino a la Patria.

Mientras en los despachos de quienes están de los dos lados del mostrador se pergeñaban una serie de tarifazos descomunales (que irían acompañados de “consejos” a la población que fueron verdaderas provocaciones), comenzaba una oleada de despidos masivos en el sector privado y también en el sector público, estos últimos  acompañados de una persecución ideológica inédita en más de 30 años de democracia. Revisión de los perfiles que los empleados tienen en las redes sociales, elaboración de listas de indeseables, allanamientos nocturnos (al mejor estilo Grupo de Tareas, con puertas demolidas a patadas) en los domicilios de jóvenes funcionarios del gobierno anterior, fueron algunas de las directrices que se autoimpuso “el equipo del diálogo y del consenso”. El revanchismo tomó la forma de la acechanza, y se determinó que las fuerzas de seguridad se dedicasen a la cacería del disidente.

Y esto fue así desde un inicio: el 10 de diciembre de 2015, la Guardia de Infantería reprimió a los trabajadores bancarios, a quienes impidió la llegada a la Plaza del Congreso. Poco después, cobraron los estatales de La Plata y en esa misma ciudad varias mujeres de organizaciones sociales fueron baleadas cuando reclamaban por trabajo y comida frente a la gobernación. Casi enseguida, los militantes del CC Batalla Cultural de Olivos fueron desalojados a los golpes, privados de la libertad y torturados en una comisaría (meses más tarde, cuatro de ellos serían perseguidos y baleados en un rocambolesco e injustificado hostigamiento policial). Hay que recordar también al pibe baleado en una murga, el secuestro del hijo de una dirigente de ATE, los muchos locales atacados en diversas ciudades, las dos militantes baleadas en Villa Crespo, y la muy dudosa muerte de un dirigente de la comunidad senegalesa.

Entre tantos hechos -que, dicho sea de paso, nunca son ni investigados ni esclarecidos-, hubo desde detenciones de simples gentes de a pie que pretendían manifestarse frente al presidente o sus ministros, o aprietes por llevar un cartel y/o cantar en un tren, hasta importantes represiones como la ocurrida en Rosario durante el ¡privatizado! acto del Día de la Bandera, o la de ayer mismo en Córdoba capital, todas acaecidas bajo la misma idea de que los actos públicos se desarrollen en un clima de “total normalidad”. Sólo que dicho espejismo oculta la formidable persecución de que es objeto la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner -y miembros de su gabinete-, así como el intento (desbaratado por la movilización popular) de arrestar a Hebe Bonafini. Claro que aún persiste la injustificada detención de Milagro Sala, a la que ahora viene a sumarse el asesinato en prisión del hijo de uno de sus colaboradores.

Sería injusto no mencionar el fenomenal levantamiento popular que se produjo desde antes de la derrota de noviembre, y que se continuó en cientos de plazas autoconvocadas, plazas que más tarde tuvieron una expresión algo más orgánica pero igualmente dinámica, y que contrastan fuertemente con la apatía y los vallados que signan los protocolares y abúlicos mítines de quienes llegaron al gobierno estafando al electorado. A aquéllas plazas le siguieron marchas y convocatorias cada vez más masivas, amén de cientos de movilizaciones de gremios, de sectores, de vecinos, todos ellos de alguna manera heridos o preocupados por políticas que los afectan directa e indirectamente: el alza constante de precios y servicios, la quita de beneficios y derechos, la caída del salario y el aumento desbocado de la inflación, el cierre o la desarticulación de programas sociales, la negativa a reabrir paritarias.

En cambio, el programa neoliberal en curso promovió a la apertura de las importaciones, con un olímpico desprecio por el trabajo, el esfuerzo y el capital social acumulado de los argentinos, y asimismo alentó el regreso de la tristemente célebre bicicleta financiera, dando paso a una fabulosa fuga de divisas. Se trata, en suma, de una inmensa transferencia de recursos que pasan, como por un tubo, del sector del trabajo al sector del capital y que también tiene su correlato en términos psicosociales pues este retorno al pasado, implica el retorno de la fragmentación, el abatimiento y la desdicha. Nada les interesa tanto a los enemigos declarados del pueblo argentino como verlo sometido por un yugo menos evidente, pero tanto más limitante que el de la esclavitud económica. La estigmatización de “la pesada herencia” es un objetivo primordialísimo de quienes cada día buscan ofendernos y humillarnos.

El gobierno de “los millonarios offshore” (en cuentas que primero no existen, luego un poco y al final se “blanquean”, incluyendo a los papis evasores), trabaja en dos direcciones que convergen: por un lado, el desguace de todo aquello que representa un avance en términos de desarrollo, capitalización e industrialización, con su correspondiente mejora en la vida de los trabajadores; por otro lado, la negación de toda la historia de luchas y conquistas del pueblo argentino. Negacionismo de los 30.000 desaparecidos, pero negacionismo a la vez de todo lo que representaron y representan los movimientos nacionales y populares de la Argentina. Uno podría hasta comprender la lógica por la cual parlamentarios, sindicalistas y gobernadores avalan la entrega del país a la usura despiadada del buitrismo de adentro y de afuera. Lo que no se entiende, como dijera Buenaventura Luna, es que sean dirigentes “sin Patria ni destino”. 

En síntesis, todo está en peligro, desde las situaciones personales (los indicadores de salud se deterioran a pasos agigantados), a las comunitarias (se desarticulan espacios o se los degrada), y las sociales (donde los medios continúan sembrando confusión, intolerancia, odio y violencia). Como dijera hace muchos años García Márquez: “Veinticuatro horas diarias de literatura periodística terminan por derrotar el sentido común hasta el extremo de que uno tome las metáforas al pie de la letra”. Entonces, y recapitulando: quienes habiendo sido engañados se empeñen en mantenerse como “monotributistas de la sordera” seguirán a merced del relato de los medios, y a quienes se animen a abandonar la colmena, los espera un puesto de lucha en esto que cada día se parece más al Diario del Año de la Peste. Y ese olor nauseabundo que usted percibe, es que nos están embadurnando con mierda.

Por Carlos Semorile.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Soñar cosas queridas



Hay una polémica olvidada en torno al “idioma nacional de los argentinos”, nacida al calor de un planteo audaz que decía justamente éso: que nosotros hablábamos una lengua propia y que hablarla era parte de nuestra emancipación como pueblo y como nación. Los que se animaron a sostener tamaña osadía (tanto en las primeras décadas del siglo XIX, como a principios del siglo XX), cobraron como locos. Les dieron para que tengan y guarden.

Sin embargo, dejaron sembrada una cuestión que siguió estando, justamente, en boca de todos o casi todos. Borges mismo se ocupó del asunto y terminó concluyendo que no había un “idioma argentino” pero sí “un matiz de diferenciación (…) que es lo bastante nítido como para que en él oigamos la patria (…) Pienso en el ambiente de nuestra voz, en la valoración irónica o cariñosa que damos a determinadas palabras, en su temperatura no igual”.

Tiene su encanto, pero no deja de ser una manera elegante de dar por concluida una disputa y dejar al idioma en manos de sus detentadores letrados y cultos, y a salvo de sus variantes populares y plebeyas. A la vez, deja afuera algo del alma de los hablantes que se hace presente entre quienes usamos el “voseo” como un trato entre iguales, sin jerarquías ni reverencias. El voseo es bastante más que una temperatura emocional, es un radical anhelo igualitario.

La música popular de Buenos Aires siempre tomó en cuenta el idioma de la calle, y el lunfardo y sus mezclas fueron modos de sostener una lengua propia en contra de la lengua oficial pero dentro de ella al mismo tiempo. En este contexto, cuando acudimos al sonido de un “Chiflido” sabemos que vamos al encuentro de algunas de esas voces plebeyas cargadas de pertenencia, emoción e identidad. Es decir: vamos a escucharnos a nosotros mismos.

Este folletín tiene mucho de chamuyo encarador, como pasa en cualquier milonga que se precie, pero no es puro barullo sino más bien una esperanza de “bellas criaturas danzantes que al son de la orquesta parecen flotar”. Hay que ser muy chambón para no irse detrás de las fintas de “La Piba Uau”, o para no comprender que un sueño que dura una noche es un sueño que dura una vida. Estos llamados y estas canciones también son parte del idioma nacional.

Claro que no faltan ni el desconsuelo del pobre, ni esos hachazos que pegan duro cuando “la vida es rezongo de cosas perdidas”. Pero este “Chiflido” es un convite a festejar los aromas de amor que perduran cuando somos capaces de celebrar la vida con palabras y músicas que nos pertenecen en cuerpo y alma, y nos “vosea” que no nos olvidemos que tenemos una lengua propia y que cantarla es parte de nuestra emancipación como argentinos y argentinas. Porque en el Sur soñar es más lindo cuando soñamos con cosas queridas.

Por Carlos Semorile.

sábado, 3 de diciembre de 2016

“Susurro entre poetas”



(Foto de Roberto Chile, intervenida por Ernesto Rancaño, 2010)

Quien en estos días no esté siguiendo el cortejo que lleva los restos del Comandante desde La Habana a Santiago de Cuba, difícilmente pueda explicarse el universo en el que vive. Esos millones de cubanos de todas las edades, pero especialmente los niños y jóvenes cantando –como en un juramento- “Yo soy Fidel” dan la medida de que “en una sola marcha cabe el mundo”, y de que no fue “vano el gemir en la querella, la angustia lenta y cansancio largo”. Por tanto pueblo volcado en las calles en oleadas de amor y gratitud, por tanta tristeza y congoja, pero también por tanta libertad en las conciencias, diremos junto con el poeta: “Aunque el dolor me anegue, no he de estallar en llanto. Cuando la muerte llegue, le entregaré este canto”.

Por Carlos Semorile.