Qué hermoso
que es el Negro Fontova!!! Anoche fuimos a verlo al Teatro Roma de Avellaneda
(“Cómo el Colón, pero para todos”), donde brindó un recital de música folklórica,
“El color de mi tierra”. Cantó piezas de Dávalos, Castilla, Margarita Palacios,
los dos Falú (Eduardo y Juan), el Cuchi Leguizamón, los Hermanos Ábalos, el
Duende Garnica (“El olvidao”, reclamado a gritos desde la platea), y algunas
bellas composiciones propias.
Antes de cada tema, el
Negro nos regaló unos breves apuntes biográficos de los distintos autores y
compositores, desasnándonos con aspectos ocultos o poco conocidos de sus vidas.
Luego, la impecable interpretación de zambas, chacareras, cuecas, y demás
ritmos que en la voz de Fontova tienen justamente “el color de mi tierra”, y
que en su guitarra Clarita alcanzan una coloratura que muchos conjuntos no
consiguen ni poniéndose “tecnos”.
Todo el recital
transcurre como si el Negro nos hubiera invitado a la sala de su casa, y
entonces se permite chistes zafados, salidas locas, pasos de varieté, homenajes
a figuras que todos amamos, puteadas homéricas para todo el gorilaje y cantitos
militantes como aquel de “vengo bancando este proyecto…”, pero en inglés y
dedicado al juez Griesa y a su joroba de buitre imperialista. El Negro es un
hechicero, un prestidigitador que va envolviendo al público en las deliciosas
aguas de los humores vasodilatadores de la risa.
Abajo del
escenario, lo espera una buena cantidad de gente que quiere abrazarlo, sacarse
una foto, contarle que fueron vecinos suyos hace una punta de años, o
simplemente agradecerle la dicha de haberlo escuchado. Gabriela Martínez Campos -su compañera,
a la que Fontova nunca deja de mencionar-, organiza todo ese caos de un modo
amoroso y, al mismo tiempo, coreográfico. El Negro, por su parte, no se la cree
y siempre, pero siempre hay alguien más que merecería toda esa atención y ese
cariño (ayer era un cura del grupo de la Opción por los Pobres, pero lo mismo
da: podría haberse tratado de cualquier otro u otra). El Negro sigue siendo el
mismo hippie de sus años mozos, y eso es mucho decir.
El mismo
Fontova que nos hacía delirar de gusto en su boliche “El Goce Pagano”, cuando
éramos todos unos pibes y bailábamos como poseídos en aquellas pachangas
alucinantes de música, amigos y amores. El mismo anarco que armó su atrevida
campaña presidencial cuando la democracia ya comenzaba a demostrar sus límites
y sus vicios liberales. Y, a la vez, es otro Fontova: es este Negro que supo
escuchar el latido de la tierra argentina de estos últimos años, y no teme
embanderarse como nacional y popular.
Siempre lo fue,
y por eso es un artista que está en el corazón del pueblo que se identifica con
este Negro atorrante que, en medio de un concierto, arma un desparramo de
alegría cuando dice: “Qué lindo que es armar quilombo!”. Por eso es el
Comandante de todos los negros dichosos de estas pampas irredentas. El Sultán
del Goce Pagano. El dichoso enamorado de su Gaby.
Por Carlos Semorile.