sábado, 11 de junio de 2016

“Todo en el aire nos llama aquí”



(Foto: Carlos Brigo)

¡Qué! ¿Por qué no habríamos de decir que anoche nos conmovieron las palabras y las canciones de Liliana Herrero? ¿Por qué deberíamos quedarnos sólo con una “performance” musical, exquisita sin duda, y soslayar nada menos que la emoción? ¿Por qué no escribir que durante el concierto lloramos, pensamos, sostuvimos creencias posibles y de las otras, abrazamos una memoria literario/musical que nos pertenece, nos reímos y cantamos con ganas y, sobre todo, sentimos juntos que “todo en el aire nos llama aquí”?

¿Y si planteamos de una vez que escucharla a la Herrero provoca dislocamientos y rupturas? ¿Y si decimos que eso sucede por el modo en que Liliana regresa a las fuentes, no para perpetuar la tradición como un museo de nostalgias petrificadas, sino para producir una dichosa apertura a un futuro desconocido? ¿Y qué pasa si agregamos que, de tal suerte, esa cultura que creíamos conocer como algo extremadamente añejo y ya perdido, ahora nos parece tan fresca y joven que todavía –para nuestro asombro- sigue naciendo?

Hay una forma estandarizada de interpretar La chacarera de las piedras, y esa manera de abordar el pasado nos roba el futuro, porque le quita a la cultura su poder de desafiar y trastocar. Esa fetichización del paisaje nos deja afuera de la Historia porque un pasado como ése existe como un mero artículo –uno más- para consumir. Anoche, gracias a Herrero y Rossi, escuché por primera vez esos versos y entendí por qué alguien dijo que “el poeta es el creador de un pueblo: le da un mundo que contemplar, tiene su alma en sus manos”.

Ese tipo de poesía fue el que nos regalaron anoche Liliana y sus muchachos. Concedamos que hay algo de cierto en la nostalgia, y que los creadores de nuestra literatura musical dejaron imágenes grabadas en nuestras retinas para que estén ahí, como una retrospectiva imposible y, a la vez, para que sepamos que “todo en el aire nos llama aquí”. Pero es una nostalgia elaborada para que la cultura sea un reclamo de futuro para nosotros, para nuestros hijos  y nietos, y para la dicha posible de una Patria emancipada.

Por Carlos Semorile.