“Durante el levantamiento de Pascua en Irlanda, Eamon
Bulfin, nacido en 1894 en la
Argentina e hijo del escritor William Bulfin, iza la bandera
irlandesa en el edificio de correos de Dublín. Al fracasar la rebelión, se le
perdona la sentencia de muerte por su condición de ciudadano argentino y es
expulsado de las Islas Británicas. Al llegar a Buenos Aires es puesto en
prisión por haber desertado del servicio militar obligatorio. Más tarde
negociará un transporte de municiones desde la Argentina para el
Ejército Republicano Irlandés”. El movimiento Sinn Féin (Nosotros Solos, o
mejor, Nosotros Mismos) tenía un sustrato cultural (“Tenemos que convencernos
de que nosotros no tenemos a nadie que sea mejor que nosotros”), y
capitalizaría el alzamiento republicano y, pese al ninguneo de la prensa -para
la cual prácticamente no existía- llegaría a ser definido por uno de sus
líderes, Eamon de Valera como “la nación organizada”.
Nos interesa esa expresión –Nosotros Mismos, o
Nosotros solos- acuñada a fines del Siglo XIX por uno de los líderes
irlandeses, Arthur Griffith: “En la primavera de 1905 ‘Sinn Féin’ se había
convertido en la etiqueta universal aplicable a
actitudes y comportamientos, ya fuesen políticos, sociales, deportivos,
educativos, culturales o económicos, de condición separatista o partidarios de
una Irlanda irlandesa. Era un movimiento, una corriente. La expresión no
representaba aún a ninguna organización, sino que manifestaba una actitud
mental y ofrecía cierta ideología y programa a todos aquellos que deseaban
romper cualquier tipo de vinculación con Inglaterra. Era una expresión que
abarcaba las grandes diferencias existentes entre los partidarios de esas
medidas y los modos de lograrlas”. Sobraban razones para el mal llamado
“separatismo”: “La gente en todas partes se jacta o se queja de los infortunios de sus primeros años, pero
nada se puede comparar con la versión irlandesa: la pobreza; el padre
alcohólico, locuaz e inestable; la piadosa y derrotada madre gimiendo junto al
fuego; sacerdotes pomposos; maestros abusivos; los ingleses y las cosas
terribles que nos hicieron durante ochocientos años”. Hacia 1907, el líder
indio Pandit Nehru estuvo en Dublín y se llevó una impresión muy favorable del
movimiento Nosotros Mismos: “La política del Sinn Fein no consiste en rogar
para obtener favores, sino en luchar por ellos. No desean combatir a Inglaterra
con las armas, sino ignorarla, boicotearla y asumir pacíficamente la
administración de los asuntos irlandeses”. O Nehru miraba sesgadamente, o la
situación cambió en pocos años, y hacia mediados de la segunda década del Siglo
XX “Irlanda tenia el récord mundial de orgas”. Primero se habían armado los
protestantes del Norte para evitar que Inglaterra le concediese la autonomía a
Irlanda, luego los sindicalistas para que no volviesen a reprimirlos
“impunemente como en la gran huelga de 1913” y, desde ya, los temidos
republicanos. Estos últimos grupos “pasaron a ser oficialmente considerados
‘subversivos’, primera vez que la curiosa palabrita, que tanta carrera haría en
la Argentina, era usada en documentos públicos”. “La rebelión de 1916 estaba
programada para 1914, pero la guerra la pospuso, aparentemente para las
calendas griegas”. El de la Gran Guerra no era un tema sencillo, pues los
irlandeses eran llamados a pelear al lado de sus enemigos de toda la vida: “Las trincheras son más seguras que los arrabales de
Dublín, según afirmaban los carteles de reclutamiento”. Y, como siempre, además
de los muertos, los tullidos: “Dublín se llenó de pronto de cojos, hombres
cuyas extremidades se habían quedado atrás, en los campos de batalla del
Imperio o bien bajo el chirrido de las palancas y los engranajes que daban
fuerza a la débil industria dublinesa”.
Pero volvamos a los hechos del Levantamiento: “El
domingo de Pascua de 1916, los republicanos comenzaron a concentrarse en sus
cuarteles, de uniforme y con armas, cargando canastos de bombas caseras,
repartiendo carteles, asignando posiciones, llenando bolsillos con balas y
preparando el cuerpo médico, compuesto de unos pocos profesionales y varias
mujeres con mayor o menor entrenamiento. Eran una banda variopinta que incluía
nobles como Joe Plunkett, hijo del conde Plunkett, uno de los títulos más
añejos del país, o la condesa Markiewicz, paqueta de primer agua, feminista y
librepensadora que traicionaba clase y país para luchar por Irlanda. Estaba el
matemático Eamon de Valera, nacido en Nueva York de padre español pero irlandés
hasta los huesos, que tendría una vida larga y agitada y sería presidente de la
Irlanda independiente. Había personajes como Michael O’Reilly, que había tomado
el título de Jefe de Clan y se presentaba como ‘El O’Rahilly’. Había pibes como
Sean Macloughlain, que en cosa de días terminaría de comandante de la división
Dublín, con 15 años apenas cumplidos. Y había revolucionarios de tiempo
completo y con muchos años de cárcel y castigos en el lomo, como el ínfimo
Thomas Clarke, pequeño como un gnomo, y Charles Burgess, que se rebautizó en
irlandés como Cathal Brugha, recibiría 25 heridas en el alzamiento y viviría
para contarlo”. Había de todo, pero también hubo muchas mujeres porque “el Sinn
Féin contaba con una atracción añadida que ha menudo se ha pasado por alto:
siempre fue una organización política donde las mujeres fueron bien recibidas”.
El papel de la mujer ya era importante en las tribus celtas, de modo que aquí
hay un fuerte componente cultural. Por eso, como señala Brian Feeney, “la
condesa Markievicz se quedó en el Sinn Féin después de 1910 cuando otros los
abandonaron, pues ésta era la única institución que concedía a la mujer todo
tipo de oportunidades”. ¿Pero quién era la condesa Markiewicz, y por qué puede
narrarse el Alzamiento de 1916 a través de su biografía?
Constance Gore-Booth (tal su apellido de soltera)
pertenecía a una de esas familias anglo-irlandesas que nacieron como
consecuencia de la política inglesa de ocupación de Irlanda mediante la
“plantación” de súbditos británicos. Con 19 años recién cumplidos, “Constance
viaja a Londres para ser presentada como debutante ante la reina Victoria (…)
El 17 de marzo de 1887, a las tres de la tarde, la Corte en pleno cree estar viendo
una aparición (…) El apodo por el que pronto se la conocerá aflora ya en todos
los labios: the new Irish beauty, la
nueva beldad irlandesa (…) Constance se inclina ante la Reina y retrocede sin
pisotearse la cola. Se desvanece la indiferencia que la salvaje muchacha del
Oeste experimentaba por Londres y la society
de medias de seda más relucientes que el marfil. Al igual que hicieron sus
antepasados ante los reyes, la blanca damisela jura fidelidad a la reina negra,
toda cubierta de perlas y de condecoraciones. Victoria dirige una sonrisa
encantadora a la joven que con el tiempo se convertirá en su más feroz
enemiga”. Pero no mucho después, Constance escribe: “¡Qué pandilla de
chabacanos son los miembros de la familia real! (…) Tal es mi opinión, después
de visitar la Exposición victoriana. ¡No tienen el menor gusto, en ningún campo
artístico!”. Y va más allá: “Cuánto odio la lengua inglesa cuando tengo que
expresar un razonamiento: su pobreza me vuelve estúpida”. Casada tardíamente
con un falso conde polaco, Constance se acerca fervorosamente al movimiento
cultural que encabezan los poetas, dramaturgos y escritores nacionales: Hyde,
Singe, Wilde, Shaw, Joyce, y Yeats, quien pronuncia una conferencia titulada “De
la necesidad de desanglizar irlanda”. El renacimiento gaélico, que buscaba
reafirmar la identidad irlandesa, anticipará la revolución política que pronto
sacudirá la isla. Activa participante de esta movida cultural, Constance
explicaría su propio alumbramiento político: “Desperté a la idea de que Irlanda
no se había rendido, y de que existían hombres y mujeres que no habían aceptado
la conquista”.
Cerrados todos los caminos de participación, los
irlandeses se inclinan por la opción armada. Así, con los conocimientos
adquiridos por su aristocrático origen, la amazona Markiewicz se dedicará a
entrenar scouts en tácticas de guerrilla urbana: “Dentro de diez años esos
muchachos serían hombres. Me los imaginaba alcanzando la mayoría de edad y
alistándose, como si tal cosa, en el Ejército o en la policía británicos y, en
consecuencia, sometiendo a los de su propia clase a la autoridad inglesa”. (En
la novela Un héroe llamado Henry le
toman un poco el pelo a la Markievicz: “La condesa incluso adiestraba a los
patos del estanque, en medio del parque, inculcándoles los asuntos cruciales de
la guerrilla urbana”. Pero, en otro fragmento, se rescata que quemara una
bandera inglesa frente al Trinity College el día en que ungían al nuevo rey de
Inglaterra, mientras otros miraban espantados y temerosos). Feminista a
ultranza, también integrará la Unión de Mujeres que planteaba: “Establecer la
completa independencia de Irlanda; alentar el estudio del irlandés, de la
literatura, de la historia, del arte y de la música, sobre todo entre los
jóvenes; popularizar las manufacturas irlandesas; desacreditar la lectura de
obras literarias inglesas, los cantos ingleses; disuadir a cualquiera de
asistir a las vulgares representaciones inglesas de teatro o de music-hall;
combatir por todos los medios la influencia inglesa, que es una injuria al
gusto artístico y al refinamiento del pueblo irlandés”. Casi lo mismo, sería
resumido en una pancarta que rezaba: “Aún no has sido conquistado, querido
país”. Luego, ya convertida en la “Condesa Roja”, tendrá una destacada
actuación en la huelga de 1913, conducida por el dirigente socialista Jim
Larkin. Este Larkin, que impresiona nada menos que a Lenin por su triple
condición de “socialista, nacionalista y católico romano”, siendo niño se
enfrenta a sus patrones en un barco que cubre la ruta entre Moobile y Buenos
Aires: “el joven termina encadenado, en compañía de un centenar de ratas que le
devoran las uñas de las manos y de los pies”. Por su actuación en la huelga del
año 13, Constance recibe una carta de los laburantes: “En una época en que
todas las fuerzas del capitalismo se confabularon para aplastar a los
trabajadores, en que las fuerzas de la Corona dieron prueba de su tradicional
brutalidad y su odio al pueblo, golpeando y asesinando ferozmente; cuando las
prisiones estaban llenas de inocentes, hombres, mujeres y muchachas, y el
porvenir era sumamente sombrío, usted vino a ayudarnos a organizar los
recursos; usted trabajó entre nosotros durante meses, sirvió a la causa del
partido con una labor tan incesante, con una actitud tan vigilante, con una
perspicacia tan generosa, que logró infundirnos valor a todos los que tuvimos
el privilegio de ser testigos de ello”. Un verdadero tesoro.
En la Pascua de 1916, Constance Markiewicz estuvo
entre quienes ocuparon los principales edificios de la vieja Dublín para
terminar con siete siglos de desembozado colonialismo. Frente a la efigie del
almirante Nelson, los rebeldes leyeron la Proclama del Gobierno Provisional:
“En el nombre de Dios y de las generaciones difuntas, cuyas tradiciones antiguas
ha heredado como nación, Irlanda, por medio de nosotros, congrega a sus hijos
bajo su bandera y combate por su libertad”. Yeats escribiría luego: “Una
terrible belleza ha nacido”. (Ese día aparece una pancarta de indudable
inspiración neutralista: “No estamos al servicio del rey ni del káiser”. En
esta oportunidad, Dublín se levanta en soledad, sin acompañamiento alguno:
“Dublín estaba demasiado cerca de Inglaterra, y de allí procedían las órdenes y
la crueldad”. Por ello, Pearse, otro de los líderes, dirá en un discurso:
“Dublín, al alzarse en armas, ha redimido la honra que perdió en 1803, cuando
no supo acudir en auxilio de la rebelión encabezada por Robert Emmet”). Además
de la bandera tricolor que izó el hiberno-argentino Eamon Bulfin, estaba “la
bandera tradicional del país, verde con un arpa dorada al centro. Por suerte el
techo estaba alto y no daba para ver que la bandera era un cubrecama verde de
la condesa Markiewicz, bordado a mano y con una esquina masticada por su
perrito”.
Fracasado el Levantamiento de 1916, “Madame”
Markiewicz escuchará desde su celda las detonaciones con las que los ingleses
fusilan prolijamente a los líderes de la insurrección. Sus compañeros caen para
escarmiento de sus seguidores, y la noticia es recibida con “gritos de alborozo
en la Cámara de los Comunes”. (El cineasta Ken Loach, casi más irlandés que
inglés, afirma que “los que protagonizaron el Alzamiento de Pascua sabían que
iban a morir, pero aún así tenían que aprovechar el momento para declarar la
independencia. Al hacerlo, convirtieron la guerra de independencia en una
posibilidad. El interrogante de cúan lejos se va en un caso, cuánto se
consolida lo que se tiene, es una tensión permanente en los movimientos
políticos y revolucionarios”). La Condesa, que no es pasada por las armas
“única y exclusivamente en razón de su sexo”, le escribe al tribunal que
“habría preferido que ustedes hubiesen tenido la decencia de fusilarme”. Y como
para que no queden dudas, dirá años más tarde: “Nosotros hemos conocido la dicha
de tener en el punto de mira el corazón de un soldado inglés”. Cuando Yeats
escriba la elegía a esa semana crucial, nombrará a la Markiewicz como “esa
mujer”. (Y aquí, cómo no, quienes somos del Sur no podemos dejar de escuchar un
fuerte eco walshiano). Beneficiada por la amnistía de 1918, Markiewicz regresa
a la militancia: “‘Madame’ arenga, insulta y maldice sin descanso a Inglaterra,
la bestia negra, el país de sus ancestros, del que hay que desconfiar, asegura
a ciencia cierta, ‘porque ella viene de él y lo conoce bien’”. Llegará al
parlamento de la mano del Sinn Féin, y cuando se discuta la partición de la
isla (jugada de la diplomacia inglesa para debilitar el nacionalismo y la
emancipación de los irlandeses), ella se opondrá: “Yo he visto las estrellas, y
no pienso seguir la luz vacilante de un fuego fatuo”. Estaba por comenzar la
guerra civil irlandesa.
En 1966, al conmemorarse el 50 aniversario del Levantamiento
de Pascuas, el IRA (el Ejército Republicano Irlandés, el brazo armado del Sinn
Féin, retoño de aquellas jornadas) dinamitó la columna de Nelson: “Desde la
torre de Nelson, emblemática de la mirada imperial, los irlandeses no pueden
ver ni su propia ciudad ni tampoco a Nelson; la cultura colonial no puede verse
a sí misma, ni tampoco a la cultura dominante”. A cien años del Alzamiento de
Pascua, elevamos una plegaria para que en Irlanda se pueda volver a decir que “Una
terrible belleza ha nacido”.
Bibliografía:
Roddy Doyle, Un héroe llamado Henry; Brian Feeney, Sinn Féin: Un siglo de historia irlandesa; Carlos
Gamerro, Ulises: claves de lectura; Ken Loach, Desafiar el relato de los poderosos; Fran McCourt, Las cenizas de Ángela;
Anne Pons, Constance Markievicz; “Noventa
años de la rebelión”, artículo de Sergio Kiernan.