jueves, 29 de octubre de 2015

“La realidad es desprolija”



Anoche se realizó un emotivo homenaje a Carlos Olmedo en la Biblioteca Nacional, y creo no equivocarme si digo que todos nos quedamos con ganas de conocer mejor a este hombre brillante que dejó una huella indeleble en quienes fueron sus amigos, sus compañeros, su familia y aún en quienes alguna vez lo trataron. Se habló de la fascinación que ejercía con su forma de hablar en la que no había una palabra de más ni de menos, de su halo misterioso que no impedía reconocer en él a un profesor con una preparación formidable, el que pensaba que hasta un simple volante estudiantil debía estar bien escrito. Se repasaron los pocos datos conocidos de sus primeros años, y se hicieron extensos comentarios sobre su biografía intelectual y como combatiente. Se rememoró su célebre entrevista con Paco Urondo, y aquellas definiciones suyas que todavía hoy merecen ser mejor leídas y comprendidas.

Un compañero recordó que una noche Olmedo lavaba los platos y, mientras bajaba línea, le decía: “¿Sabés que pasa, Negrito? La realidad es desprolija”. Y cuando los demás se iban a dormir, él se quedaba tecleando, y temprano por la mañana ya estaba tecleando ideas para pensar esa realidad desprolija. También se leyó un precioso poema suyo, se vio un adelanto del documental que prepara su sobrino y, sobre el final se cantó “El Combate de Ferreyra”. Pero acaso lo más conmovedor haya sido la presencia de los delegados de Sitrac-Sitram, que se vinieron desde Córdoba a rendirle homenaje al “Comandante Olmedo” y que, emocionados y con pudor, le pidieron perdón por haber demorado tantos años en hacerlo. No hubo tiempo para más, y entonces quedaron pendientes otras voces que pudieran dar testimonio de sus vínculos con Carlos Olmedo y por qué todos ellos lo llevan con amor en sus corazones.

Por Carlos Semorile.

Tabicados



Durante el Genocidio, a los detenidos-desaparecidos se los mantenía “tabicados” como una forma de impedir cualquier tipo de solidaridad, por mínima que fuera, entre los compañeros de infortunios. Como señala Pilar Calveiro, en el resto de la sociedad civil se repetía lo mismo que sucedía en los campos concentracionarios: “Así como los cuerpos de los secuestrados permanecían en la oscuridad, el silencio y la inmovilidad, en cuchetas separadas unas de otras, así se pretendía a la sociedad, fraccionada, inmóvil, silenciosa y obediente; una sociedad que se pudiera ignorar y ordenar en compartimentos estancos (…) Unos hombres pasivos, una sociedad pasiva e inerte”. De este modo, se buscó hacer trizas lazos solidarios y de identidad que eran el mejor legado de un par de generaciones que se habían movilizado fuertemente por la justicia social, la inclusión y la igualdad. Y por el desarrollo.

Los que de un modo u otro vivimos bajo aquel terror, sabemos de qué distintos modos el miedo se hizo carne y piel, y cuán difícil fue salir del “silencio y la inmovilidad”. La obediencia era un reflejo, una cuestión casi muscular, pero así y todo volvimos a llenar las plazas y las avenidas para reclamar libertad, paz, pan y trabajo. Tras una breve primavera de conquistas, las promesas se desvanecieron y comenzó un largo ciclo donde la democracia estuvo tutelada por la subordinación al capital financiero: persianas bajas, fábricas cerradas, desocupación, exclusión, hambre y miseria. Puertas adentro de cada hogar, “cada necesidad era un drama angustioso”. “Cuando las masas pierden su ilusión del derecho y la justicia, y se sienten constreñidas por el sufrimiento, entonces esa masa queda inevitablemente librada a esos estados mórbidos, propicios a la anarquía, primero, y, más tarde, a la disolución y la ruina”.  

 Eso fue el 2001. Los cuerpos reaccionaron con un espasmo de violencia contenida, y el tejido social estuvo a punto de estallar, llevando a la Argentina misma al borde de la disolución. Desde el 2003 a la fecha, se pudo recomponer esta larga tendencia hacia la fragmentación y la inercia. Hubo trabajo, educación, salud, crecimiento, bienestar, inclusión, desendeudamiento, ciencia, desarrollo, integración, memoria, verdad y justicia, reparación del tejido social, y la recuperación de la dignidad y de la iniciativa perdidas durante la larga noche neoliberal. Todo esto se llevó adelante confrontando con quienes toda la vida se negaron a reconocer estos derechos a las grandes mayorías argentinas y, pese a la virulencia de los grupos mediáticos y de ciertos sectores políticos, se hizo en paz y en libertad. Con las calles llenas de jóvenes, de mujeres, de familias trabajadoras y de clase media, levantando una bandera de esperanza.

Y vos podés no estar de acuerdo con el estilo, o con algunos aspectos puntuales de este proceso, pero lo que no deberías permitir es que nadie te tabique nuevamente la mirada y te haga perder de vista el conjunto, la totalidad de esta película. Hoy los medios cumplen el rol que antes cumplieron los milicos, y te tabican para que unos crean que el problema es la corrupción, otros piensen que es el impuesto a las ganancias, o el paco o el medio ambiente. Y así de seguido, con tal de venderte un candidato que reciba una sociedad previamente “fraccionada, inmóvil, silenciosa y obediente”. Una comunidad dividida en “compartimentos estancos” que olvide que en la cucheta de al lado hay un compatriota que vive sus mismos infortunios y alegrías. “Una sociedad pasiva e inerte” que tenga la guardia baja y que no atine a reaccionar cuando Macri venga a convertir en polvo todo lo que tanto nos costó conseguir.

Por Carlos Semorile.

viernes, 9 de octubre de 2015

La Impostura



Macri, nos has dicho populistas y demagogos. Has asegurado que cada paso que dimos estaba signado por este afán de seducir y corromper a las masas. Has actuado como un oligarcón de esos que siempre usan la expresión “demagogia” para descalificar la justicia social. “¿Sabe lector de qué lo acusaron formalmente a Jesucristo?... Pues de seductor, expresión equiparable a la de demagogo, pues seducir sería la finalidad de la demagogia”. Mirá, vos!

Contaba Salvador Ferla que el “demagogo” Dorrego “se disfrazaba de orillero (pero que) Rivadavia no lo habría hecho ni amenazándolo con un fusil. Perón daba conferencias en los sindicatos. No conozco a ningún anti-Perón capaz de hacerlo con propósitos de engaño”. Entonces, has dado un paso enorme, pequeño sátrapa. Superando el asco, dejaste en ridículo a Rivadavia y a Pinedo el Viejo, que jamás fueron capaces de travestirse como vos.

Pero, ¡ay!, tal vez por estar ocupado en maquillarte, no has comprendido que “el pecado de demagogia consiste en instituir a los humildes como finalidad de la política”. Y otro detalle:La alianza y la convivencia entre el pueblo y el demagogo, crea inevitablemente una comunidad de intereses. El solo hecho de dirigirse al pueblo, de decirle que se lo necesita, ya constituye un compromiso”. Y vos no tenés compromisos, tenés “bisnes”; mucho Niembro y cero Garrahan.

Por eso, tu estatua de ayer no es en verdad un homenaje: es una lápida. “Como todas las celebraciones oficiales de la gloria, la llegada al Panteón, tiene un doble rostro: permite ser célebre para siempre y, a su vez, ignorado hasta la eternidad. Es tanto lo que se esconde como lo que se exhibe. Organiza el olvido ofreciendo el recuerdo”. ¿De eso se trata no, Mauricio? De petrificar a Perón para enterrar al Peronismo, de ofrecer “folklore” para diluir la política.

Sos bruto, ¿eh? Creer que alguien va a confundir al “primer trabajador” con el vago más insigne. Perón abrió “un pequeño horizonte para cada esperanza”, y vos sos el sepulturero de todas las ilusiones que atesoran las grandes mayorías argentinas. ¿No te enteraste de nada de lo que pasó en estos doce años? Perón vive en la Asignación Universal por Hijo, en las paritarias, en el desendeudamiento, en YPF, en Aerolíneas, en Procrear, y en cada militante.

¿Y vos querés llegar de advenedizo, pintarrajeado y travestido, y jugar a la “casita robada”? ¿Pretendés plantar una Estatua de Troya para llevarte puestos todos estos años de lágrimas y reparaciones? Pero hacé el favor, pavote, si lo tuyo es la impostura, la patraña y la engañifa. Primero tomá la sopa, levantate temprano y devolvé todo lo que se afanaron. Sos un demagogo de cartón: sin pueblo, sin compromisos y sin política. Y, claro, sin Peronismo y sin amor!!

Por Carlos Semorile.
 

miércoles, 7 de octubre de 2015

"Más que amor es un sufrir"



Es el título de una muy buena serie sobre la telenovela latinoamericana, una iniciativa de la Televisión Digital Abierta en coproducción con otros países de la región. Para quienes amamos el género, es una maravillosa oportunidad para ver y oír a los propios hacedores –actrices, guionistas, directores, productores- y también a estudiosos y teóricos del asunto que brindan sus impresiones sobre este formato tan latinoamericano en su forma y en su fondo. Las miradas son diversas y cada quien aporta su enfoque sobre el crecimiento de la industria, las réplicas de las novelas exitosas –aún en países que no hablan ni español ni portugués-, los diferentes modos de decir que tenemos en cada país y cómo sin embargo nos comprendemos, los grandes títulos que hicieron historia, los cambios en el modo de narrar y los desafíos que atraviesa el género. Pero, sin dudas, lo mejor son los testimonios de los televidentes.

Registradas en las más diversas geografías, las amas de casa, las empleadas, las jóvenes y las mayores, cuentan sus novelas favoritas, y lo mismo hacen trabajadores y jubilados, adultos y muchachos que recuerdan bien sus tiras más queridas. Y lo maravilloso es que no solamente citan lo medular de cada telenovela, sino que además reflexionan sobre el formato y sus implicancias sociológicas, sobre los avances que ha experimentado sobre todo en las últimas décadas, y acerca de a quiénes representan los personajes y sus situaciones. En este sentido, sus voces no están a la zaga de quienes elaboran estos productos: muy por el contrario, muestran una extraordinaria comunión a uno y otro de la pantalla. Algo muy similar puede decirse de los testimonios de actrices y actores que por algo dieron vida a personajes que, en tramos importantes de sus vidas, han sido algo así como su segunda piel.

Si mal no recuerdo, García Márquez abogaba por una revalorización de la telenovela, tantas veces menospreciada como un género menor destinado a un público también inferior, sin capacidad de análisis ni raciocinio, propicio a las más burdas manipulaciones sensibleras. Y lo decía nada menos que Gabo, quien manifestaba que se hubiese tenido por mucho mejor escritor si hubiera sido capaz de contar una historia como la de Pedro Navaja o la de alguno de esos dramones bíblicos, redonditos de tan acabados y sin fisuras. Y por ahí va la cosa nos parece: por ese arte de saber contar historias desmesuradas que dejan al espectador a la espera de esas vueltas que, en el breve lapso de un capítulo, hace que entren todas las esperanzas y todos los amores del mundo.

Por Carlos Semorile.