martes, 26 de mayo de 2015

Sin nostalgias



Sin melancolía. Sin bajón ni despedidas anticipadas. Esta vaina sigue, y nos necesita despiertos, alertas y concientes. Con el amor intacto, incrementado por estos doce años de lágrimas y reparaciones. Sabiendo que nada ni nadie es más importante que todos los que hoy vibraron juntos en la Plaza. Nos hemos recobrado espiritualmente, y podemos seguir construyendo la Patria que soñamos. Con los dedos en V, porque Cristina sigue siendo la Jefa y porque “todos unidos triunfaremos”.

Por Carlos Semorile.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Siete en “el Renó”



Era un viejo Renault 12 del ´76, blanquito, que había reemplazado a otro de la misma marca, modelo y color. Un mediodía, mi viejo se apareció diciendo que cuando salió de la farmacia se puso a mirar vidrieras y que, de puro aburrido, se había comprado un auto. Una más de sus mentiras piadosas: como sabía que ya estaba muy enfermo, se metió en un Plan Rombo y nos legó (además de todo) un cero kilómetro que pagó el seguro. Una década después, el R12 estaba bastante baqueteado. Y es que lo manejábamos todos, de la primera al último, y nos prestó tantos servicios –pese a sus reiterados fallos de embrague-, que formaba parte de la familia y del grupo de amigos.

Pero “el Renó” entró definitivamente en el cielo de la mística aquella noche de 1986 en que perseguimos –sí, como en las películas- al Peugeot 504 que llevaba a Silvio Rodríguez hasta el Hotel Panamericano. Habíamos salido, como quien dice, “en volandas” de su recital en el Luna, y a alguien se le ocurrió que no podíamos no intentar acercarnos a Silvio. Lo esperamos sobre Bouchard, pero no éramos los únicos. Se armó una caravanita que fuimos sembrando de bocinazos la noche de la calle Sarmiento: en cada semáforo, las chicas se bajaban y se acercaban a besar a los azorados cubanos. Pero en la esquina decisiva, los demás siguieron de largo y tuvimos nuestro “Pellegrini”.

Ya en la puerta misma del Panamericano, hubo una leve vacilación de la seguridad pero fue el propio Silvio el que franqueó el cerrojo. Lo abrazamos, lo besamos y, sobre todo, una y mil veces le dimos las gracias. Y mil y una veces él nos agradeció a nosotros, los argentinos locos felices que llevábamos una  banderita de Chile. Casi al final, su manager nos sacó esta foto con una de aquellas cámaras de rollo. Estamos todos los que fuimos. Sólo falta “el Renó”.

Por Carlos Semorile.

“Aunque muchos no quieran comprenderlo”



“En ninguna nación digna de ese nombre los medios de transporte son extranjeros”, había escrito Scalabrini. Luego, cuando conoció a Perón le dijo: “Coronel, le vamos a pedir los trencitos”. Y así narró la nacionalización de los ferrocarriles: “Cuando la vieja campana de la ‘La Porteña’ -que fue propiedad de la provincia de Buenos Aires, constructora de nuestro primer ferrocarril, miserablemente enajenado en 1890- anunció con su tañido que volvía a ser argentina, mis pobres ojos de anónimo ciudadano, perdido entre un millón de ciudadanos tan emocionados como yo, regaron con sus lágrimas ese pedazo de suelo natal que se llama Retiro, donde 142 años antes la juventud argentina había anunciado también la conquista y derrota del extranjero invasor”.

Entre ese millón de personas emocionadas ante la reconquista de lo propio, estaba mi abuela, Olga Maestre, con sus dos hijos menores, “El Negrito” y Juan Pablo. “La madre de mi marido había llevado a sus hijos en brazos a las movilizaciones de Perón. La historia política era parte de la historia de la familia”. ¿Cómo impacta en el alma de dos pibes de 5 y 6 años la algarabía de una multitud que desbordaba esa estación ferroviaria? Quien esto escribe participó, siendo niño, de esos baños de muchedumbre que templan el corazón y amplían el estrecho horizonte del territorio conocido -la casa, la cuadra, el barrio, la escuela, las amistades-, estableciendo una conexión intangible con la fuerza y la energía del espíritu colectivo cuando éste se decide a escribir la historia. Son fechas ineludibles, formadoras, inaugurales, y Olga decidió que -sea como fuera- sus hijos menores (las chicas estaban pupilas en un colegio de monjas) tenían que asistir al nacimiento de una nueva Argentina. No había, no hay, y acaso no haya mejor pedagogía que ésa: ser parte del pueblo que celebra la Patria.

Seguramente Olga Maestre, como tantas argentinas y argentinos, esperaba la palabra del líder, pero “el General había sido internado de urgencia con motivo de una apendicitis” y fue reemplazado por “el ministro de Obras Públicas, general Pistarini”. La alegría, de todos modos, no fue menor: “La ráfaga de historia que nos conmovió a todos el 1º de marzo de 1948, aunque muchos no quieran comprenderlo, fue el hecho definitivo que dio término a la farsa de un mundo colonial y abrió posibilidades para el desarrollo de genuinas raíces nacionales”. Pero Scalabrini va todavía más hondo en su análisis: “La nacionalización de los ferrocarriles fue un acto de proyecciones tan profundas y extensas, que sólo es comparable a la batalla de Ayacucho, que dio término al dominio español a la América del Sur e inauguró una nueva era de relaciones internacionales con la Madre Patria”.

Y hoy, en ese mismo “pedazo de suelo natal que se llama Retiro”, por tercera vez la Patria desalojó a la colonia. Y “aunque muchos no quieran comprenderlo”, Cristina volvió a juntar al pueblo con su destino. 

Por Carlos Semorile.

jueves, 14 de mayo de 2015

"Je suis la lagagne"







Siempre la mismas caras avinagradas. De a muchos, de a pocos, con paraguas, desparaguados, con votos o sin votos la superestructura degradada de la colonia siempre regresa al viejo tronco mitrista. No pueden vivir sin la falsificación burda de la historia: no hay diablo ni Dios ni que los haga apartarse del liberalismo de las instituciones sin democracia, sin pueblo y sin Nación. Ese el ideal: una aristocracia de maulas al frente de la república para que ellos tengan, como decía Buenaventura Luna, otros “cien años de incomprensión y de indiferencia política y social”. Otros doscientos, mil años más lucrando con papeles verdes y pensando en francés. A veces, se les suman algunos desnorteados que, en el fondo, no son bien recibidos en el selecto club de la injusticia. Se parecen al parisino de la balada de Fontova que se quiere trincar a la mucama peruana, y no es más que una lagaña en un ojo lejano y ajeno.

Por Carlos Semorile.

jueves, 7 de mayo de 2015

Las palabras del Negro Ojeda



La Presidenta inaugura un moderno hospital pediátrico en el Chaco y, a la vez, se realiza en esa provincia la primera soldadura del gasoducto del Noreste. Y Cristina resume todo lo que significa semejante reparación con las palabras que, nomás al llegar, le dice un morocho, conocido como el Negro Ojeda: “Ahora los chaqueños también somos argentinos”. Hay que haberse sentido marginado, excluido de todos los beneficios para decir lo que dijo el Negro Ojeda, y nadie dude que sus palabras son el mejor homenaje a Evita en este 7 de mayo. El otro, como planteó Cristina, sería seguir el ejemplo de la Jefa Espiritual vía “renunciamientos”. Nos sobran algunos precandidatos, o porque no mueven el amperímetro, o porque no están dispuestos a poner todo lo que hay que poner para que millones de compatriotas puedan sentir y decir lo mismo que el Negro Ojeda: “Ahora también nosotros somos argentinos”.

Por Carlos Semorile.

sábado, 2 de mayo de 2015

Los niños patriotas



Hacía unos meses que nos habíamos exiliado en Santiago de Chile, y me agarré una fiebre tifoidea que casi me cruza de barrio. Pasado el peligro, pero obligado al “reposo”, tenía dos opciones: o felpeaba por toda la sala una pelota hecha de medias superpuestas –y jodía a medio mundo-, o me apaciguaba mirando el libro que me había regalado un compañero de militancia de mis mayores. Se trataba de un compendio de fotos de niños vietnamitas, pibes de mi edad que, en vez de ir a la escuela y jugar, “iban matando canallas”. Por increíble que parezca, y por duro que suene, les envidiaba ese sino al que los obligaba aquella guerra infame. Muchas veces pensé que, de esas imágenes, me embriagaban los fierros. Pero no: me estremecían las miradas irreversibles, soberanas y vibrantes de esos chicos. El libro no sobrevivió al regreso, pero conservo, y ojalá me acompañe siempre, la inefable luz de los niños patriotas.

Por Carlos Semorile.