viernes, 31 de enero de 2014

De la fraternidad al fratricidio



La infernal movida especulativa de las últimas semanas pretende, desestabilización mediante, retrotraer a la Argentina en su conjunto a épocas ya superadas. No se trata de un gobierno, ni de una determinada facción política: se trata de usted, de sus parientes, sus amigos, conocidos y vecinos. Se trata de la gente con la que se cruza todos los días en el bondi, en el tren o en el subte; de los fulanos y fulanas con los que comercia o negocia, aquellos que atiende o es atendido por ellos y que, como usted, están siendo bombardeados para hacerles creer que mañana a más tardar se va todo al mismísimo carajo y, entonces, “sálvese quien pueda”.

Semejante “meloneo” hace base en hechos que efectivamente sucedieron en el país no hace tantos años. En la memoria colectiva siguen muy presentes los penosos sucesos de 2001, y esta campaña destituyente se vale de esos recuerdos pero no para impugnar aquel descalabro neoliberal, sino para instaurar en el imaginario popular el miedo a su repetición. Dicho de otro modo: si el gobierno nos lleva hacia allí nuevamente, es mejor que dé un paso al costado y “los que saben” se ocupen de apaciguar, estabilizar y ordenar el tembladeral en el que supuestamente andamos metidos.

No tome a mal lo que le voy a decir, pero lo están llevando de las pestañas hacia su propia ruina, que será también la de sus seres queridos, sus vecinos, conocidos y demás relaciones que cultiva. Porque si estos agoreros del averno llegasen a tumbar este modelo de inclusión social, olvídese de la “seguridad” de la que tanto le han hablado. Le digo más: si “los que saben” agarrasen la manija de nuevo –porque usted se acuerda que ya nos fundieron, no?-, el plasma, el aire acondicionado, y la motito o el autito se los va a terminar metiendo en el traste, en el upite, e inclusive en el culo.

La historia tiene muchas vueltas, pero no demasiadas lecturas. Y si usted de verdad recuerda que estuvimos al borde de la disgregación y que la fractura social era más ancha que los ríos bíblicos, no puede dejar de reconocer que el proceso abierto en 2003 suturó esa inmensa grieta e inauguró un tiempo de fraternidad social que necesita consolidarse y persistir en el tiempo para que en nuestras comunidades se sigan reparando los efectos devastadores del “mercado”. Hágame caso: los que le rompen los cocos todo el día con el “fin de ciclo”, lo quieren desmoralizar y hacer de usted un descreído. Y cuando lo consigan y usted sea un hombre abatido de antemano, verá -como en el tango- el fatídico regreso de aquellas “caras extrañas” que conocemos bien. Llegarán para imponer la ley del más fuerte –que, justamente, no somos ni usted ni yo, así por separado-, y para hacernos desbarrancar, una vez más, desde esta incipiente hermandad hacia las formas más crueles y dolorosas del fratricidio social.

Por Carlos Semorile.