jueves, 28 de noviembre de 2013

Los asuntos mínimos de la Capital



Pese a entrevistarlo cotidianamente, ninguno de los periodistas de “Mañana más” ha visto personalmente a Juan Martín García del Pilar-Pilar. Sucede que el Subsecretario de Asuntos Mínimos de la Ciudad gestiona y publicita los actos de gobierno desde un helicóptero incesante, en vuelo hacia ninguna parte. El ruido de las hélices vuelve dificultosa la conversación, lo mismo que la festichola de sus correligionarios arman en el fondo de la nave, pero a Juan Martín ambas cosas lo tienen sin cuidado. Claro: es imperioso que nada se entienda cabalmente, que todo quede en una nebulosa donde lo dicho se sostiene apenas como contingente, hasta que la próxima desmentida barrene a los anteriores comunicados oficiales. Y no se piense que la contradicción demora en llegar, pues en una misma frase Del Pilar-Pilar es capaz de afirmar y negar, de sostener y dejar caer, de dar sustento y quitarlo, y todo con la misma liviandad de funcionario en tránsito.

De allí se deriva algo que es, por lo menos, misterioso y que, caramba!, permanece insoluble. Y es que la verba de García del Pilar-Pilar es rica en sugestiones, y no necesita más que prometer sin cumplir, sugerir sin mostrar, postergar sin concretar. Sí interesa, en cambio, el tono festivo con que Juan Martín hace los anuncios o, por caso, justifica las ausencias, los dichos o las sucesivas torpezas del Jefe de Gobierno de la Ciudad. Acaso su único talento consista en hacernos creer que empezó el recreo largo y que lo podemos estirar hasta el paroxismo. Ha de ser por ello que lo han escogido como relacionista público de un espacio político que se presenta como un “tercer tiempo” perpetuo, una copeteada entre muchachotes toscos que, en el fondo, son buenas gentes. Porque, en definitiva, de eso se trata su laburo: de disculpar la rudeza de quienes dicen venir con buenas intenciones. Las acciones del PRO son zafias, groseras, rústicas, pero el Subsecretario es un prestidigitador que convierte desalojos y ajustes, inundaciones y derrumbes, golpizas y tarifazos, en “asuntos mínimos”. No es casual que repita como un mantra la palabra “verdura”, a sabiendas de que lo que dice es, justamente, “cualquier verdura”.

Tampoco es fortuito su desapego del territorio, su aleteo florido y carcajeante por encima de una metrópoli al borde del colapso. Si la topadora terminó graficando la gestión de Cacciatore y la Dictadura, el helicóptero de Juan Martín grafica cabalmente el paso del Niño Mauricio como alcalde de Buenos Aires. Lo rodea el aire, lo mece una suave brisa, y nada de lo que sea leve y etéreo le es ajeno. Lo que en Magallanes es pesado y vociferante, en García del Pilar-Pilar tiene la espesura de unas burbujitas efímeras, y por eso cuando Magallanes engrana, se le va el prestigio por la canaleta de la estirpe y el linaje. El Subsecretario, por el contrario, jamás se chiva. El enojo, la irritación y la cólera, son palabras desterradas de su diccionario. Nada lo perturba, ninguna ofuscación –ajena, claro- lo saca de eje. Uno tiene derecho a sospechar que esta pose es tan falsa como la reiteración de su doble apellido. Juan García, a secas, es un impostor que ingresó en la política inflando globos para el “tea party” de estos salames con iniciativa. Y puede, incluso, que uno lo demuestre. Poco importa. Desde el aire se escucha una vocecita risueña que repite, y repite, y repite cualquier verdura.

Por Carlos Semorile.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Cristina, La Patria en estado de Esperanza



Anoche nos volvió el alma al cuerpo. No es que en su ausencia se haya descalabrado nada; muy por el contrario: todo anduvo como un relojito. Pero sucede que no somos suizos y para nosotros, como suele decir el Tata Cedrón, “estar en el mundo es estar emocionados”. De modo que nos andaba faltando esa vibración de verla y escucharla para saber que estamos en el emocionado mundo colectivo donde todos somos el Otro. Porque el Kirchnerismo ha sido, es y seguirá siendo las realizaciones que forjan una Nación que recupera sus mejores tradiciones comunitarias. Como quien dice lo Justo, lo Libre y lo Soberano. Todo ello (que aquí se dice fácil, pero es sumamente complejo) se resume en su figura, en su historia militante y, sobre todo, en su palabra. Y entonces la Presidenta balconea en la Rosada, y una compañera recuerda el credo scalabriniano que reza: “Creer: he allí toda la magia de la vida”. Y ése es el punto. Para los que tenemos la fortuna de creer, Cristina es la Patria en estado de Esperanza.

Por Carlos Semorile.

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Qué clase de gorila es Magallanes?



“El Régimen!!!”, brama una voz estentórea cuya furia tremebunda pone a temblar los cimientos de Radio Nacional. El latiguillo sale de la crispada garganta de Magallanes, y pretende catalogar al gobierno kirchnerista dentro de un conjunto de regímenes populistas, abusivos, totalitarios. Es una denuncia y, a la vez, un grito de guerra que recoge y hace suya la pavura de “El matadero”, retoma la extrañeza frente al indócil “Facundo”, y se horroriza ante la presunta reedición de “La fiesta del monstruo”. Lo notable de este aquelarre de barbarismos es que Magallanes, ni en sus mejores días, sería capaz de acertar con los autores de estas ficciones que para él pasan por realidades. Su ignorancia –que es vastísima- no lo arredra en lo más mínimo, ni tampoco los datos, que suelen contradecirlo casi con saña. Pero, a todo esto, ¿quién es Magallanes?

En principio es una voz sin rostro que, por error o por destino, fue a parar al programa y al dial equivocado. Sus compañeros de “Mañana más” no parecen saber de Magallanes más de lo poco que sabemos sus oyentes: que ya no es un pibe, que vive con “Madre”, y que su empleada doméstica se llama Zulma. Ningún colega parece habérselo cruzado jamás en ninguna redacción pero lentamente, a fuerza de epítetos y agravios, ha llegado a posicionarse bastante bien como para aspirar al trono de “periodista independiente”. No ha investigado nada en su vida, y es poco probable que haya escrito otra cosa que una tarjeta postal enviada desde La Barra o José Ignacio. Repite los titulares de Clarín con el mismo candor que lo subyugan los zócalos de TN, pero deja en claro que por tradición y estirpe lo suyo es más tirando a “Nación”.

Claro, lo plebeyo –aunque sea opositor- le provoca un regusto amargo, y en cambio se relame con todo aquello que porte el aura de cierto prestigio. Es más: su boca se engolosina y hasta se empalaga si dice palabras como “moralessolá”, “nelsoncastro”, o “sociedadinteramericanadeprensa” (sí, todas juntas, porque habla con la papa en la boca). Por otra parte, es manifiestamente incapaz de pronunciar correctamente los nombres de quienes hacen y apoyan este y otros proyectos nacional-populares, así como tampoco acierta a enunciar correctamente conceptos fundamentales de los mismos, como quien dice equidad, justicia, o solidaridad. Podría decirse que, en estos casos, su elitismo atraviesa una fase oral que de inmediato lo lleva de la náusea a la repulsión. Para decirlo de una vez: es un gorila en estado puro; es decir: un ser atravesado de cabo a rabo exclusiva y únicamente por una bola bien grande y bien peluda de prejuicios.

De tal suerte, Magallanes es un hombre en estado de exabrupto. Con cierta frecuencia se le ha escuchado festejar las derrotas del gobierno (y aún las del Estado Nacional), confesando que se “cacerolea encima”, e inclusive que se “gorilea encima”. Y no le exijan mayores reflexiones porque, en el fragor de su odio de clases, empieza a gritar como un energúmeno y no escucha nada que no sea su propio discurso. Palabras que hasta él sabe que no son suyas. ¿Cuántas veces no ha dicho “no pongan en mi boca las cosas que escribe Clarín”?

Cuando no “se saca”, Magallanes aparenta ser el socio más atildado y british de un muy exclusivo club de tenis o de golf. Pero la amabilidad de los diálogos que por momentos entabla con Galende, Brienza, Veiras, Ulanosky, Ojitos de Miel, y otros columnistas de la audición, se va literalmente al carajo cuando las medidas distributivas del “régimen” acaban por desnudar su verdadera naturaleza, y se revela su índole criminal. En tales situaciones, termina pidiendo que “la embajada” tome cartas en el asunto. En nuestros asuntos.

Como ya dijimos, resulta difícil pensar en alguien menos preparado, menos reflexivo, y a la vez más ignorante y necio que Magallanes. Pero pregunto si este retrato suyo no les ha hecho recordar a alguien, cercano o no, que seguramente tiene muchos de sus rasgos, por no decir casi todos. En cierta manera, Magallanes es el arquetipo mismo del Gorila, el “non plus ultra” del Gorila. Y en algún sentido, no buscado ni deseado por él, Magallanes es también una creación del Kirchnerismo. Magallanes es, parafraseando a Cooke, “el hecho maldito del país K”.

Por Carlos Semorile.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Es tiempo de canallas



Dicen que una cosa lleva a la otra. Y ha de ser así nomás, si considero que el cine negro me llevó a las novelas de Dashiell Hammett, y éstas a conocer a quien fuera su compañera, la dramaturga y escritora Lillian Hellman. En principio, me fascinó su relato sobre los meses finales de Hammett, que ella acompañó respetando su silencio en torno a la enfermedad que lo consumía, porque comprendió que ésa era la única manera en que él podía seguir adelante: “¿Quieres que hablemos?” “No. Mi única oportunidad es no hablar de eso”. Y agregaba Hellman: “En aquellos meses de sufrimiento, su paciencia, su coraje y su dignidad fueron enormes. Como si todo lo que integra la vida de un hombre se hubiera puesto a prueba al mismo tiempo: el sufrimiento era un asunto propio que no admitía intrusos”.

Más adelante, me zambullí en su descarnado relato sobre el papel que jugaron muchos de sus ex compañeros de ruta durante la persecución del Comité de Actividades Antinorteamericanas del senador McCarthy, en pleno auge de la Guerra Fría. Allí, Hellman vuelve a levantar la ética de ciertas actitudes que hacen a la dignidad humana. Mientras muchos defeccionan, y otros tantos claudican, los empleados de la casa que comparte con Hammett le envían a éste un telegrama de ¡felicitaciones! al presidio donde el escritor ha sido encarcelado. Hellman es conciente de que “estas buenas gentes habían hecho por Hammett mucho más que la mayoría de sus mejores amigos (incluyendo los muchos que le debían sumas de dinero)”. Ante tamaña muestra de solidaridad, Hellman no sabe cómo proceder pero una de las empleadas se le adelanta y le dice: “Somos irlandeses, señoritas. Para nosotros, la cárcel no es nada”.

Este gesto contrasta con el de algunos “intelectuales” que, ante la sola citación del “Comité”, comienzan a recordar pretéritas reuniones, rostros y nombres del pasado sin necesidad de que nadie los presione seriamente. Ellos creen que se salvan, pero Hellman los escrachará para siempre al escribir: “En circunstancias especiales, bajo tortura, es natural que la gente pierda el temple y confiese. Recuerdo que Louis Aragon me contó una anécdota, que Camus me repitió en la única ocasión en que lo vi. Durante la guerra, a los miembros de la Resistencia se les ordenaba resistir la tortura física todo lo que pudieran para dar a sus compañeros la oportunidad de escapar. Pero nunca se les exigía aguantar hasta dejarse matar: ni siquiera hasta quedar lisiados. En circunstancias semejantes, confesar es lo único que puede hacerse. Eso tiene sentido. Pero las circunstancias presentes son muy distintas, aquí no se ha torturado a nadie, y no me convence esa nueva teoría de que la tortura psicológica equivale a brazos rotos o a lenguas quemadas”.

Como consecuencia de la histeria anticomunista, Hellman y Hammett pasaron muchas privaciones pero nunca se victimizaron: sabían que otra gente la estaba pasando mucho peor que ellos. En sus conclusiones sobre el período macartista, Hellman se reprocha a sí misma por haber dado demasiado crédito a los escritos de los intelectuales, palabras que no dejaban suponer sus posteriores delaciones. Pero también les reprocha duramente a quienes finalmente repudiaron el macartismo sólo por sus métodos, y no por la naturaleza inmoral de sus actos. Todo ello en su conjunto configuró un “Tiempo de canallas”, sintética y ajustada frase de Hellman para definir una época.

En la Argentina de la Ley de medios, curiosamente, hay quienes sienten nostalgia de nuestra propia caza de brujas. Alguno añora los tiempos en que acompañaba a las tropas de asalto en sus infames campañas tucumanas, y otros se duelen de perder el monopolio de la palabra. Todos ellos se victimizan alevosamente, y salen de gira a rogar que regresen los inquisidores mayores y sus tribunales de inapelables y mortíferas resoluciones. Quieren ver muerto el ciclo de las reparaciones económicas, sociales y culturales iniciado en 2003. Pero no saben, y tal vez ni siquiera sospechan, que están condenados a despertarse cada día, y a vivir cada jornada, dentro de su miserable y pequeñito tiempo de canallas.

Por Carlos Semorile.