sábado, 18 de febrero de 2012

¿Queremos ser un pueblo de pastores y labriegos?

Cada ambientalista fanático que escucho, refuerza mi credo scalabriniano. Para empezar, creo que erramos cuando repetimos que la cuestión minera comienza mal en la década de los noventa. Acierta Federico Bernal cuando remonta las raíces del problema a su verdadero origen: la situación semicolonial de un país soberano sólo en el aspecto formal, una nación que no estaba en condiciones de decidir y promover su desarrollo porque -como planteaba Scalabrini Ortiz- “todo progreso argentino daña alguna partícula de la hegemonía inglesa”. Pese a ello, el peronismo logró romper con ese vasallaje y durante diez años nuestro pueblo escribió otra historia, una que superaba aquella estrategia británica de generar “naciones mineras y naciones agropecuarias, pero no unidades orgánicas” que pudieran desafiar su poderío. Luego vino la restauración conservadora y, con ella, el golpe de gracia a nuestros anhelos emancipatorios. Sin embargo, todavía permanece en penumbras aquello que Scalabrini denunciaba cuando decía que el verdadero objetivo de los golpistas era acabar con el Artículo 40 de la Constitución del 49, “una verdadera muralla que nos defiende de los avances extranjeros y (que) está entorpeciendo y retardando el planeado avallasamiento y enfeudamiento de la economía argentina”. “Cada párrafo del artículo 40 -escribió Scalabrini- tiene la recia estructura de un bastión, y sus nítidas aristas no se prestan a torcidas interpretaciones. ‘La importación y la exportación estarán a cargo del Estado’. ‘Los minerales y caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás fuentes de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación’. ‘Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación’. ‘Los que se hallasen en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación’. ‘El precio de la expropiación… será el costo de origen… menos las sumas que se hubieran amortizado’. Son párrafos perfectos, concluyentes y sonoros como una cachetada”. El control de los resortes esenciales del país había llegado a su cenit con el artículo 40: “Tenemos una industria propia, luego nuestra nación existe”. Pero su derogación vino a barrer con “la dignidad integral de la vertical humana” que se había alcanzado. El gorilismo primero -y su versión noventosa luego- no hicieron más que engendrar “hombres derrotados que parecen gorilas. No podía ser de otra manera”. Curiosamente, cuando volvemos a tener una chance -una, no cien- de salir del “primitivismo agropecuario”, arrecian las críticas por derecha y por izquierda. Las primeras apuntan al nacionalismo, pero no dicen -como señalara Scalabrini Ortiz- que en realidad les preocupa que la Argentina evolucione “cada vez más hacia el nacionalismo industrial”: “La resistencia que ofrecemos al despojo es una manifestación de ‘ultranacionalismo’. Defender lo propio de la piratería extranjera, oponerse a revivir el drama de Martín Fierro y de Cruz, querer orientar hacia el bienestar general el comercio externo e interno, los cauces del crédito, de la energía y de los transportes, aferrarse a la propiedad nacional de la tierra para no ser un paria en su propio país, querer obtener un precio equitativo para los frutos del trabajo, abrir con la industria una perspectiva para los hombres de empresa, ejercer, en una palabra, los mismos derechos que en todas las democracias tienen los ciudadanos, es incurrir en ultranacionalismo”. Las segundas vienen por el lado del medio ambiente, convenientemente rebajado de disciplina a paisajismo para congelar una situación justo cuando estamos en condiciones de debatir qué tipo de desarrollo y de cuidado medioambiental queremos darnos para dejar atrás el status de coloniaje. Ojalá podamos hacerlo tomando como modelo los foros que, a lo largo y ancho de todo el país, sacaron adelante la Ley de Medios. Ojalá no olvidemos que Scalabrini Ortiz decía que “lo más grave no ha sido la destrucción sistemática de toda la actividad económica propia del país sino la desunión, la dispersión, la falta de solidaridad entre todos los factores que reunidos podrían quizás contrarrestar el ataque premeditado” de nuestros enemigos históricos.

Por Carlos Semorile.